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Ricardo Palma

Esta era la prueba decisiva que ella esperaba. Si su convidado no era lo que por el traje revelaba ser, bebería con la pulcritud que no se acostumbra en el refectorio.

El fraile tomó con ambas manos el pesado cántaro de Guadalajara, lo alzó casi á la altura de la cabeza, recostó ésta en el respaldo de la silla, echóse á la cara el porrón y empezó á despacharse á su gusto.

La virreina, viendo que aquella sed era coino la de un arenal y muy frailuno el inodo de apaciguarla, le dijo sonriendo:

—Beba, padre, beba, que le da la vida!

Y el fraile, tomando el consejo por amistoso interés de su salud, no despegó la boca del porrón hasta que lo dejó sin gota. En seguida su paternidad se pasó la mano por la frente para limpiarse el sudor que le corría á chorros, y echó por la boca un regüeldo que imitaba el bufido de una ballena arponada.

Dona Ana se levantó de la mesa y salióse al balcón seguida de los oidores.

—¿Qué opinan vueseñorías?

—Señora, que es fraile y de campanillas—contestaron á una los interpelados.

—Así lo creo en Dios y en mi ánima. Que se vaya en paz el bendito sacerdote.

¡Ahora digan ustedes si no fué mucho hombre la mujer que gobernó al Perú: