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Tradiciones peruanas

TRADICIONES PERCANAS En el mismo aciago año de los tres sictes nos envió la corte al consejero de Indias D. José de Areche, con el título de superintendente y visitador general de la real Hacienda y revestido de facultades omnimodas tales, que hacían casi irrisoria la autoridad del virrey. La verdadera misión del enviado regio era la de exprimir la naranja hasta dejarla sin jugo.

Areche elevó la contribución de indígenas á un millón de pesos; creó la junta de diezmos; los estancos y alcabalas dicron pingües rendimientos; abrumé de impuestos y socaliñas á los comerciantes y mineros, y tanto ajustó la cuerda que en Huaraz, Lambayeque, Huánuco, Pasco, Huancavelica, Moquegua y otros lugares estallaron serios desórdenes, en los que hubo corregidores, alcabaleros y empleados reales ajusticiados por el pueblo. «La excitación era tan grande—dice Lorente,—que en Arequipa les muchachos de una escuela dieron muerte á uno de sus camaradas que en sus juegos había hecho el papel de aduanero, y en el llano de Santa Marta dos mil arequipeños osaron, aunque con mal éxito, presentar batalla á las milicias reales.» En el Cuzco se descubrió muy oportunamente una vasta conspiración encabezadla por D. Lorenzo Farfán y un indio cacique, los que, aprehendidos, terminaron su existencia en el cadalso.

Guirior se esforzó en convencer al superintendente de que iba por mal camino; que era mayúsculo el descontento, y que con el rigorismo de sus medidas no lograría establecer los nuevos impuestos, sino crear el peligro de que el país en masa recurriese á la protesta armada, previsión que dos años más tarde y bajo otro virrey vino á justificar la sangrienta rebelión de Tupac—Amaru. Pero Areche pensaba que el rey lo había enviado al Perú para que, sin pararse en barras, enriqueciese el real tesoro á expensas de la tierra conquistadla, y que los peruanos eran siervos cuyo sudor, convertido en oro, debía pasar á las arcas de Carlos III. Por lo tanto, informó al soberano que Guirior lo embarazaba para esquilmar el país y que nombrase otro virrey, pues su excelencia maldito si servía para lobo rapaz y carnicero. Después de cuatro años de gobierno, y sin la más leve formula de cortesía, se vió destituído D. Manuel Guirior, trigésimo segundo virrey del Perú, y llamado á Madrid, donde murió pocos meses después de su llegada.

Vivió una vida bien vivida.

Así en el juicio de residencia como en el secreto que se le siguió, salió victorioso el virrey y fué castigado Areche severamente.

III

En tanto que el sepulturcro abría la zanja, una brisa fresca y retozona orcaba el rostro del muerto, quien ciertamente no debía estarlo en regla, pues sus músculos empezaron á agitarse débilmente, abrió luego los ojos