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Tradiciones peruanas

terrumpía para apurar sendos tragos de vino, no observó que D. Gabriel y algunos de los convidados iban desapareciendo de la sala.

II

A las seis de la tarde el insolente hidalgo galopaba en dirección á la villa de su residencia, cuando fué enlazado su caballo; y D. Antonio se encontró en medio de cinco hombres armados, en los que reconoció á otros tantos de los comensales del cura.

—Dése preso vuesa merced—le dijo Tupac—Amaru, que era el que acaudillaba el gruposin dar tiempo al maltrecho corregidor para que opusiera la menor resistencia, le remacharon un par de grillos y lo condujeron á Tungasuca. Inmediatamente salieron indios con pliegos para el Alto Perú y otros lugares, y Tupac—Amaru alzó bandera contra España.

Pocos días después, el 10 de noviembre, destacábase una horca frente á la capilla de Tungasuca; y el altivo español, vestido de uniforme y acompañado de un sacerdote que lo exhortaba á morir cristianamente, oyó al pregonero estas palabras:

Esta es la justicia que D. José Gabriel I, por la gracia de Dios, inca, rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y continente de los mares del Sur, duque y señor de los Amazonas y del gran Paititi, manda hacer en la persona de Antonio de Arriaga por tirano, alevoso, enemigo de Dios y sus ministros, corruptor y fulsario.

En seguida el verdugo, que era un negro esclavo del infeliz corregidor, le arrancó el uniforme en señal de degradación, le vistió una mortaja y le puso la soga al cuello, Mas al suspender el cuerpo, á pocas pulgadas de la tierra, reventó la cuerda; y Arriaga, aprovechando la natural sorpresa que en los indios produjo este incidente, echó á correr en dirección á la capilla, gritando: Salvo soy! Á iglesia me llamo! ¡La iglesia me vale:» Iba ya el hidalgo á penetrar en sagrado, cuando se le interpuso el inca Tupac—Amaru y lo tomó del cuello, diciéndole:

—No vale la iglesia á tan grande pícaro como vos! ¡No valo la iglesia á un excomulgado por la iglesia!

Y volviendo el verdugo á apoderarse del sentenciado, dió pronto remate á su sangrienta misión.

III

Aquí deberíamos dar por terminada la tradición; pero el plan de nuestra obra exige que consagremos algunas lineas por vía de epílogo al virrey en cuya época de mando aconteció este suceso.