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Ricardo Palma

VI

351 Entre los dos reconciliados amantes no hubo quejas ni recriminaciones, sino frases de amor. Ni una palabra sobre lo pasado, nada sobre la deslealtad del joven que nuevamente la engañaba, callándola que ya no era libre y prometiéndola no separarse más de ella. Benedicta fingió creerlo y lo embriagaba de caricias para mejor afianzar su venganza.

Entretanto el moscatel desempeñaba una función terrible. Benedicta había echado un narcótico en la copa de su seductor. Aquí cabe el refrán:

«más mató la cena que curó Avicena.» Rendido Leuro al scporífico influjo, la joven lo ató con fuertes ligaduras á las columnas de su lecho, sacó un puñal, y esperó impasible durante una hora á que empezara á desvanecerse el poder del narcótico.

A las doce mojó su pañuelo en vinagre, lo pasó por la frente del narcotizado, y entonces principió la horrible tragedia.

Benedicta era tribunal y verdugo.

Enrostró á Aquilino la villanía de su conducta, rechazó sus descargos y luego le dijo:

—¡Estás sentenciado! Tienes un minuto para pensar en Dios.

Y con mano segura hundió el acero en el corazón del hombre á quien tanto había amado..

El pobre amanuense temblaba como la hoja en el árbol. Había oído y visto todo por un agujero de la puerta Benedicta, realizada su venganza, dió vuelta á la llave y lo sacó del encierro.

—Si aspiras á mi amor —le dijo—empieza por ser mi cómplice. El premio lo tendrás cuando este cadaver haya desaparecido de aquí. La calle está desierta, la noche es lóbrega, el río corre en frente de la casa..... Ven y ayúdame.

Y para vencer toda vacilación en el ánimo del acobardado mancebo, aquella mujer, alma de demonio encarnada en la figura de un ángel, dió un salto como la pantera que se lanza sobre una presa y estarapó un beso de fuego en los labios de Fortunato, La fascinación fué completa. Ese beso llevó á la sangre y á la conciencia del joven el contagio del erimen.

Si hoy, con los faroles de gas y el crecido personal de agentes de policía, es empresa de guapos aventurarse después de las ocho de la noche por la Alameda de Acho, imagínese el lector lo que sería ese sitio en el