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Tradiciones peruanas

culpa y travesura de un pícaro gato. Desde entonces si la tía fué el anzuelo, la sobrina, mujer completa ya según las ordenanzas de birlibirloque, se convirtió en cebo para pescar maravedises á más de dos y más de tres acaudalados hidalgos de esta tierra.

El escribano llegaba todas las noches á casa de Visitación, y después de notificarla un saludo, pasaba á exponerla el alegato de bien probado de su amor. Ella le oía cortándose las uñas, recordando á algún boquirrubio que la echó flores y piropos al salir de la misa de la parroquia, diciendo para su sayo: «Babazorro, arrópate que sudas y límpiate que estás de huevo, ó canturriando:

«No pierdas en mí balas,
carabinero,
porque yo soy paloma
de mucho vuelo.
Si quieres que te quiera
me has de dar antes
aretes y sortijas,
blondas y guantes.»

Y así atendía á los requiebros y carantoñas de Tijereta, como la piedra berroqueña á los chirridos del cristal que en ella se rompe. Y así pasaron meses hasta seis, aceptando Visitación los alboroques, pero sin darse á partido ni revelar intención de cubrir la libranza, porque la muy taimada conocía á fondo la influencia de sus hechizos sobre el corazón del cartulario.

Pero ya la encontraremos caminito de Santiago, donde tanto resbala la coja como la sana.

III

Una noche en que Tijereta quiso levantar el gallo á Visitación, ó lo que es lo mismo meterse á bravo, ordenóle ella que pusiese pies en pared, porque estaba cansada de tener ante los ojos la estampa de la herejía, que á ella y no á otra se asemejaba D. Dimas. Mal pergeñado salió éste, y lo negro de su desventura no era para menos, de casa de la muchacha, y andando, andando, y perdido en sus cavilaciones, se encontró, á obra de las doce, al pie del cerrito de las Ramas. Un vientecillo retozón, de esos que andan preñados de romuadizos, refrescó un poco su cabeza, y exclamó:

—Para mi santiguada que es trajín el que llevo con esa fregona que la da de honesta y marisabidilla, cuando yo me sé de ella milagros de