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Ricardo Palma

cos, ordenaron que sin pérdida de tiempo se le diese soltura, y que Lilit lo guiase por los vericuetos infernales hasta dejarlo sano y salvo en la puerta de su casa. Cumplióse la sentencia al pie de la letra, en lo que dió Satanás una prueba de que las leyes en el infierno no son, como en el mundo, conculcarlas por el que manda y buenas sólo para escritas. Pero destruído el diabólico hechizo, se encontró D. Dimas con que Visitación lo habia abandonado corriendo á encerrarse en un beaterio, siguiendo la añeja máxima de dar á Dios el hueso después de haber regalado la carne al demonio.

Satanás, por no perderlo todo, se quedó con la almilla; y es fama que desde entonces los escribanos no usan almilla. Por eso cualquier constipadito vergonzante produce en ellos una pulmonía de capa de coro y gorra de cuartel ó una tisis tuberculosa de padre y muy señor mío.

V

Y por más que fuí y vine, sin dejar la ida por la venida, no he podido saber á punto fijo si, andando el tiempo, murió D. Dimas de buena ó de mala muerte. Pero lo que sí es cosa averiguada es que lió los bártulos, pues no era justo que quedase sobre la tierra para semilla de pícaros. Tal es, ¡oh lector carísimo!, mi creencia.

Pero un mi compadre me ha dicho, en puridad de compadres, que muerto Tijereta quiso su alma, que tenia más arrugas y dobleces que abanico de coqueta, beber agua en uno de los calderus de Pero Botero, y el conserje del infierno le gritó: «¡Largo de ahí! No admitimos ya escribanos.»

Esto hacía barruntar al susodicho mi compadre que con el alma del cartulario sucedió lo mismo que con la de Judas Iscariote; lo cual, pues viene á cuento y la ocasión es calva, ho de apuntar aquí someramente y á guisa de conclusión.

Refieren añejas crónicas que el apóstol que vendió á Cristo echó después de su delito cuentas consigo mismo, y vió que el mejor modo de saldarlas era arrojar las treinta monedas y hacer zapatetas, convertido en racimo de árbol.

Realizó su suicidio, sin escribir antes, como hogaño se estila, epístola de despedida, y su alma se estuvo horas y horas tocando á las puertas del purgatorio, donde por mis empeños que hizo se negaron á darle posada.

Otro tanto le sucedió en el infierno, y desesperada y tiritando de frío regresó al mundo buscando dónde albergarse.

Acertó á pasar por casualidad un usurero, de cuyo cuerpo hacía tiem-