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Tradiciones peruanas

voz baja, que así podían ser manifestaciones de gratitud como indicación de una cita; y aunque no pararon mientes en ellas los agrupados curiosos, no sucedió lo mismo con un embozado que se hallaba en la puerta de la tienda y que murmuró:

—¡Por el siglo de mi abuela! ¡Lléveme el diablo si ese malandrín de capitán no anda en regodeos con la muchacha, y si no es por ella su resistencia á devolver la honra á mi hermana!

II DOÑA ENGRACIA DE TOLEDO En un salón de gótico mueblaje está una dama reclinada sobre un mullido diván. A su lado y en una otomana se halla un joven leyéndola en voz alta y en un infolio forrado en pergamino la vida del santo del día. ¡Benditos tiempos en los que más que el sentimiento la rutina religiosa hacía gran parte del gasto de la existencia de los españoles!

Pero la dama no atiende á los milagros que cuenta el Año Cristiano, y toda su atención está fija en el minutero de un reloj de péndola, colgado en un extremo del salón. No hay ser más impaciente que la mujer que espera á un galán.

Doña Engracia de Toledo, que ya es tiempo de que saquemos su nombre á relucir, es una andaluza que frisa en los veinticuatro años, y su hermosura es realzada por ese aire de distinción que imprimen siempre la educación y la riquieza acápite. Había venido á América con su hermano D. Juan de Toledo, acaudalado propietario de Sevilla, que ejercía en Lima el cargo de proveedor de la real armada. Doña Engracia pasaba sus horas en medio del lujo y el ocio, y no faltaron damas que sintiéndose humilladas se echaron á averiguar el abolengo de la orgullosa rival, y descubrieron que tenía sangre alpujarreña, que sus ascendientes eran moros conversos y que alguno de ellos había vestido el sambenito de relapso.

Para esto de sacar los trapitos á la colada, las mujeres han sido y serán siempre lo mismo, y lo que ellas no sacan en limpio, no lo hará Satanás con todo su poder de ángel precito. Rugíase también que doña Engracia estaba apalabrada para casarse con el capitán D. Martín de Salazar; mas como el enlace tardaba en realizarse, circularon rumores desfavorables para la honra y virtud de la altiva dama.

Nosotros, que estamos bien informados y sabemos á qué atenernos, podemos decir en confianza al lector que la murmuración no era infundada. D. Martín, que era un trueno deshecho, un calavera de gran tono y que caminaba por senda más torcida que cuerno de cabra, se había sentido un tiempo cautivado por la belleza de doña Engracia, cuyo trato dió