Ilaga tal que no pueden soportarla ni la tierra, ni la lluvia sagrada, ni la luz misma. Conducidle prontamente á la morada. Sólo para los parientes es bueno y equitativo oir y ver los males de sus parientes.
¡Por los Dioses! Puesto que has defraudado mi esperanza y has venido, hombre irreprochable, hacia el peor de los hombres, escúchame. Hablo, en efecto, en tu interés y no en el mío.
¿Qué esperas de mí?
Arrójame con gran prontitud fuera de esta tierra, á un paraje donde no pueda hablar con ninguno de los mortales.
Ciertamente, lo hubiera hecho, sábelo, si no quisiera ante todo preguntar al Dios lo que debe hacerse.
Su palabra es manifiesta para todos: es preciso matarme, á mí, parricida é impío.
Tales son sin duda sus palabras; sin embargo, en el estado actual de las cosas, es mejor preguntar lo que debe hacerse.
¿Le interrogaréis, pues, acerca del hombre desdichado que soy yo?
Ciertamente; y, ahora, no podrás ya no creer al Dios.
Pídote, pues, y te conjuro á que sepultes como quieras á la que yace allí en la morada. Serás alabado por haber cumplido ese deber para con los tuyos. Pero, en cuanto á mí, es necesario que la ciudad de mis padres no pueda guardarme