¡Ah! ¡ah! Hija mía, ¿qué ocurrirá?
¡Vamos, huid lejos de esta tierra!
¿Y cómo cumplirás lo que has prometido?
El destino no castiga por el mal que se vuelve. El fraude acarrea el fraude á quien engaña y atrae la desgracia, no la gratitud. Deja ese asiento. ¡Huye con toda prontitud fuera de mi tierra y no manches por más tiempo mi ciudad!
¡Oh extranjeros irreprochables! Puesto que no habéis querido oir á mi anciano padre ciego revelar las acciones que no ha hecho voluntariamente, os conjuro á tener piedad de mí, desgraciada, que os suplica sólo por su padre, mirándoos con mis ojos, como si fuese nacida de vuestra sangre, para que seáis clementes con este desdichado. En vosotros, no menos que en un dios, descansan todas mis esperanzas. Concedednos, pues, este beneficio inesperado. ¡Yo os conjuro, por vosotros mismos, por todo lo que os es caro, por vuestros hijos, por vuestra mujer, por lo que poseéis, por vuestro dios doméstico! Porque, mirando por todos lados, no veréis jamás un hombre que pueda escapar cuando un dios le arrastra.
Sabe, hija de Edipo, que tenemos piedad de vuestros males igualmente, de los tuyos y de los suyos; pero, temiendo más todavía la cólera de los Dioses, no nos es posible decir otra cosa que lo que hemos dicho.
¿Por qué la gloria ó el ilustre renombre que no tiene fundamento? Dícese que Atenas es muy piadosa; que es la