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Página:Tragedias de Sófocles - Leconte de Lisle (Tomo I).djvu/181

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Antígona

¿Cómo y dónde has prendido á ésta que traes?

Estaba sepultando al hombre. Ya lo sabes todo.

Comprendes lo que dices, y dices verdad?

La he visto sepultando el cadáver que habías prohibido sepultar. ¿He hablado con bastante franqueza y claridad?

¿Y cómo ha sido vista y sorprendida cometiendo el delito?

Ello ha ocurrido así. En cuanto hubimos vuelto, llenos de terror á causa de tus terribles amenazas, después de haber quitado todo el polvo que cubría el cuerpo y haberle dejado al desnudo todo putrefacto, nos sentamos en la cima de las colinas, contra el viento, para huir del hedor y fin de que no nos alcanzase, y nos excitábamos el uno al otro con injurias, en cuanto uno de nosotros descuidaba vigilar. Así seguimos hasta la hora en que el círculo de Helios se detuvo en medio del Eter y su ardor quemó. Entonces un brusco torbellino, levantando una tempestad sobre la tierra y oscureciendo el aire, llenó la llanura y despojó todos los árboles de su follaje, y el gran Eter fué envuelto por una espesa polvareda. Y, cerrados los ojos, aguantábamos aquella tempestad enviada por los Dioses. Al fin, después de largo tiempo, cuando el huracán se hubo apaciguado, vimos á esta joven que con aguda voz se lamentaba, tal como el ave desolada que encuentra el nido vacío de sus hijos. Del mismo modo ésta, en cuanto vió el cadáver desnudo, prorrumpió en lamentos é imprecaciones terribles contra los que habían hecho aquello. De pronto, llevó polvo seco, y, con ayuda de un vaso de bronce forjado al martillo, honró al muerto con una triple libación. Habiéndola visto, nos hemos lanzado y la hemos cogido bruscamente, sin que ella se asustase por TOMO I