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Página:Tragedias de Sófocles - Leconte de Lisle (Tomo I).djvu/200

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Sófocles

Sabe que estás de nuevo expuesto á otras desgracias.

¿Qué es ello? Tus palabras me llenan de temor.

Lo sabrás, cuando conozcas los indicios revelados por mi ciencia. Mientras estaba sentado en el antiguo lugar augural donde concurren todas las adivinaciones, he oído un ruido estridente de aves que gritaban de una manera siniestra y salvaje. Y se desgarraban unas á otras con sus uñas mortíferas. El batir de sus alas me lo reveló. Por eso, espantado, consulté á las víctimas sobre los altares encendidos. Pero Hefesto no se unía á ellas, y la grasa derretida de las piernas, absorbida por la ceniza, humeaba y chisporroteaba, y el hígado estallaba y se disipaba, y los huesos de las piernas yacían desnudos y húmedos de su vaina de grasa. Tal es la adivinación desdichada de ese sacrificio vano, y que he sabido por este muchacho, porque él es mi guía, como yo soy el de los demás. La ciudad sufre estos males por causa de tu resolución. En efecto, todos los altares y todos los hogares están llenos de los trozos arraucados por los perros y las aves carnívoras del cadáver del mísero hijo de Edipo. De manera que los Dioses no quieren acceder á las plegarias sagradas y á la llama de las piernas quemadas, y las aves, hartas de la sangre grasa de un cadáver humano, no dejan oir ningún grito augural. Piensa, pues, en esto, hijo. A todos ocurre flaquear; pero el que ha flaqueado no es ni falto de sentido ni desgraciado, si, habiendo caído en el error, se cura de él en lugar de persistir. La tenacidad es una prueba de inepcia. Perdona á un muerto, no hieras un cadáver. ¿Qué valentía hay en matar á un muerto? Yo te aconsejo por benevolencia hacia ti. Es muy dulce escuchar á un buen consejero, cuando enseña lo que es útil.

¡Oh ancianos! Todos, como arqueros al blanco, enviáis vuestras flechas contra mí. No he sido perdonado por los adivinos; he sido traicionado y vendido hace mucho tiempo por mis parientes. Obtened ganancias, adquirid el ámbar amarillo de los sardos y el oro indio, á vuestro antojo; pero