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Las traquinenses

nida y al sombrío Ades y á Poseidón que conmueve la tierra; pero sí diré qué adversarios se encontraron, antes de la boda, por esta esposa, y en qué combates levantaron torbellinos de polvo.

Antistrofa

Y el uno era un río dotado de una gran fuerza, bajo la forma de un toro de cuatro pies y armado de cuernos, Aqueloo, del país de los Eniadas. Y el otro había venido de Tebas la báquica, blandiendo en sus manos el arco, la lanza y la maza, y era el hijo de Zeus. Y ambos se encontraron, con todas sus fuerzas, deseando poseer ese lecho, y únicamente Cipris, que otorga las uniones nupciales, asistía y presidía el combate.

Épodo

Entonces se elevó el estrépito confuso de manos, arcos y cuernos de toro. Y se enlazaban, y se oía el choque horrible de sus frentes y los gemidos de ambos. Y la bella virgen delicada, sentada en la cumbre de la colina, esperaba al que fuera su esposo. Yo hablo tal como mi madre ha hablado. Los ojos de la ninfa deseada estaban llenos de ansiedad. Después se alejó de su madre como una ternerilla abandonada.

¡Oh queridas! Mientras el huésped habla, en la morada, con las jóvenes cautivas, y se dispone á partir, yo he traspasado secretamente el umbral, y he venido á vosotras para contaros el ardid que he preparado y gemir juntas por los males que sufro. ¡Pienso que he recibido aquí, no una virgen, sino una esposa, tal como la pesada carga de una nave, lamentable recompensa de mi alma! ¡Y ahora somos dos á esperar en un mismo lecho los abrazos de uno solo! ¡Así es cómo Heracles, que se decía dulce y fiel para mí, me recompensa de haber guardado por tanto tiempo su morada! Sin embargo, no puedo irritarme contra el que ha sufrido tantas veces parecido mal; pero ninguna mujer soportaría el habitar en la misma casa que otra, admitiéndola á compartir una misma unión. Yo veo que la flor de la juventud crece en ella y se marchita en mí. El hombre gusta de mirar y coger la una y se aparta de la otra. Temo, pues, que Heracles no tenga mas que el nombre de esposo mío para ser el amante de esa joven. Pero, como ya he dicho, no conviene que una mujer irreprochable se irrite. Yo os diré, queridas, cómo obraré para mi bien. Tengo, guardado en un vaso de bronce, un antiguo