preciados! ¡En qué estado os encontráis, vosotros que domasteis en otro tiempo al habitante de Nemea, al León funesto á los boyeros, horrible y monstruoso, y á la Hidra de Lerna, y á los salvajes Centauros de doble forma, de piernas de caballo, raza impudente, sin leyes, orgullosa de sus fuerzas, y al Jabalí de Erimanto, y al Perro subterráneo de Ades, de triple cabeza, ese monstruo no dominado nacido de la terrible Equidna, y al Dragón guardián de las Manzanas de oro, en los últimos límites del mundo! Y yo he soportado innumerables trabajos, y nadie ha erigido jamás trofeo por mi derrota. ¡Y ahora, rotos los brazos, las carnes desgarradas, estoy miserablemente roído por un ciego mal, yo, concebido por una noble madre, y á quien se llama hijo de Zeus que manda á los astros! Pero, ciertamente, sabedlo: aunque sin fuerza y no pudiendo andar, yo me vengaré, tal como estoy, de la que ha cometido este crimen. Que venga solamente, y su castigo probará á todos que, vivo ó muerto, yo he castigado siempre á los perversos.
¡Oh mísera Hélada, de qué duelo te veo amenazada si te ves privada de este hombre!
Puesto que me permites hablar, ¡oh padre! escucha en silencio, aunque estés atormentado por el mal. Yo te pediré, en efecto, una cosa que debes concederme. Consiente en calmar el furor que muerde tu alma, porque, sin eso, no podrás reconocer que la acción que te regocijas de llevar á cabo sería tan injusta como vana es tu cólera.
Di con brevedad lo que quieres decir. Roído por mi mal, no comprendo tus embrolladas palabras.
Quiero hablar de mi madre, decir lo que ha sido de ella, y que no ha incurrido en falta por su plena voluntad.
¡Oh qué malvado! ¡Así te atreves á evocarme el recuerdo de una madre que ha matado á tu padre!