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Sófocles

Escucha, pues. Te conjuro, por los Dioses, no persistas cruelmente en arrojar allí á este hombre insepulto; que tu violencia no te impulse á tanto odio, que no tengas cuidado alguno de la justicia. Este hombre era el más grande enemigo que yo tuviese en el ejército desde el día en que me fueron discernidas las armas de Aquileo; y, sin embargo, por irritado que haya estado contra mí, no seré inicuo hasta el punto de no reconocer que era el más valiente de los argivos, de todos, tantos cuantos somos, los que hemos venido á Troya, excepto Aquileo. Tú serías, pues, injusto privándole de ese honor, y le ultrajarías menos aún que á las leyes de los Dioses. No es lícito ultrajar á un hombre después de su muerte, aunque se le haya odiado vivo.

Entonces, Odiseo, ¿eres tú el que te me resistes en su favor?

Ciertamente. Le odiaba cuando convenía odiarle.

¿No deberías más bien insultar á ese muerto?

No te regocijes, Atreida, de una ventaja impía.

No es fácil á un rey ser piadoso.

Pero los reyes pueden obedecer á los amigos que les aconsejan bien.

Corresponde á un hombre justo obedecer á los reyes.