Insulta, porque ahora eres feliz.
En lo sucesivo, ni Orestes ni tú destruiréis esta felicidad.
Estamos destruídos nosotros mismos, en vez de que podamos destruirte.
Mucho mereces, extranjero, si, trayéndonos esta noticia, has hecho callar sus clamores furiosos.
Me voy, pues, si todo está perfectamente.
No, por cierto, eso no sería digno ni de mí ni del hués—ped que te ha enviado. Entra, pues, y déjala llorar fuera sus propias miserias y las de sus amigos.
¿No os parece que, triste y gemebunda, llora y se lamenta por su hijo herido de muerte miserable? ¡Ha entrado allá riendo! ¡Oh desgraciada de mi! ¡Oh queridísimo Orestes, me has perdido con tu muerte! ¡Has arrancado de mi espíritu la esperanza que me quedaba de que, viviendo, volverías un día á vengar á tu padre y á mí, infortunada! Y ahora, ¿de qué lado volverme, sola y privada de ti y de mi padre? ¡Me es preciso ahora quedar esclava entre los más detestados de los hombres, matadores de mi padre! ¿No tengo la mejor de las suertes? Pero no viviré jamás con ellos, en sus moradas, y me consumiré, prosternada, sin amigos, ante el umbral. ¡Y, si soy una carga para alguno