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Electra

tierra. Cuando estabas entre los vivos, compartíamos el mismo destino, y, ahora que estás muerto, quiero compartir tu tumba, porque no creo que los muertos puedan sufrir.

Tú naciste de un padre mortal, Electra. Piensa en esto. Orestes también era mortal. Reprime, pues, tus gemidos demasiado prolongados. Todos tenemos necesariamante que sufrir.

¡Ay de mí! ¡ay! ¿qué diré? No encuentro palabras, y no puedo ya contener mi lengua.

¿Qué dolor te turba, que hablas así?

¿No es la ilustre Electra la que veo?

Ella misma, y bien desgraciada.

¡Oh destino infelicísimo!

¡Oh extranjero! ¿por qué te lamentas por nosotros?

¡Oh cuerpo indignamente ultrajado!

Ciertamente, soy yo, no otra, la que tú compadeces, extranjero.