¿Por qué no?
¡Oh amigas! Cuando supe esta noticia que jamás había esperado, aunque estaba desesperada, escuché, muda y desventurada. Pero ya te poseo ahora; te me has aparecido, ostentando tu amadísimo rostro que jamás he olvidado, ni aun abrumada por las mayores desdichas.
¡Basta de palabras superfluas! No me digas ni que mi madre es mala, ni que Egisto, agotando la morada de las riquezas paternas, las esparce y las disipa sin medida; porque las palabras inútiles harían perder un tiempo propício. Infórmame más bien acerca de las cosas presentes, di en qué lugar debemos aparecer, ó permanecer ocultos, para que reprimamos con nuestra llegada á nuestros insolentes enemigos. Y ten cuidado, cuando hayas entrado en la morada, con venderte, por tu semblante alegre, ante tu madre cruel; antes bien, laméntate por la falsa desgracia que se te ha anunciado. Cuando la cosa esté felizmente terminada, entonces será lícito reir y regocijarse libremente.
¡Oh hermano! Todo lo que te plazca me placerá igualmente, porque recibo de ti y no de mí misma la dicha de que gozo; y no me atreveré á serte importuna, aun con la mayor ventaja para mí, porque serviría mal así al Genio que nos es ahora propicio. Ya sabes las cosas que pasan aquí; ¿cómo no, en efecto? Has oído que Egisto está ausente de la morada y que mi madre se encuentra en ella; pero no temas que ella vea en míjamás un semblante alegre, porque un viejo odio está inmutable en mí, y, después de haberte visto, no cesaré jamás de derramar lágrimas de alegría. Y ¿cómo he de cesar de llorar, yo que, en un mismo momento, te he visto muerto y vivo? Me has causado una alegría tan inesperada, que, si mi padre volviese vivo, su vuelta no me parecería ya un prodigio, y creería verle, en efecto. Puesto que de este modo has vuelto hacia nosotros, conduce el