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Página:Tragedias de Sófocles - Leconte de Lisle (Tomo II).djvu/71

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Ayax

Si tuviera sano el espíritu, no temería mirarle.

Pero, ahora, no te verá, aun estando cerca.

¿Cómo, si mira con los ojos?

Yo extenderé una niebla sobre sus ojos que ven.

Todo puede ser hecho, cuando en ello trabaja un dios.

Ahora sé mudo y quédate donde estás.

Me quedaré. No obstante, mejor querría estar lejos de aquí.

¡Hola! Tú, Ayax, te llamo de nuevo. ¿Por qué haces tan poco caso de tu protectora?

¡Salve, ¡oh Atena! salve, hija de Zeus! ¡Cuán á tiempo vienes! Yo te colmaré de dorados despojos, á cambio de este botín.

Bien has dicho; pero dime: ¿has empapado bien tu espada en la sangre de los argivos?