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Ayax

¡Ay de mí! ¡Desdichada!

¿Qué ocurre?

Veo á la cautiva Tecmesa, la mujer desventurada, que prorrumpe en gemidos.

Yo perezco, yo muero; esto está concluído, amigos; nada sobrevive de mí.


¡Ved á nuestro Ayax, que yace ahí, con una herida reciente, hecha por la espada, lejos de todos!

¡Ay de mí! ¡ay! Está perdido para mí el regreso. ¡Ay!

Me has matado también, ¡oh Rey! á mí, tu compañero. ¡Oh desgraciado de mí! ¡Oh mujer lamentable!

Puesto que ello es así, ahora conviene lamentarse.

Pero ¿qué miserable mano ha cometido ese crimen?

Su propia mano, sin duda. Esa espada fija en tierra y sobre la cual se ha precipitado lo prueba.

¡Ay de mí! ¡oh infortunio! Hete aquí todo ensangrenta-