Página:Tres cuentos - G. Flaubert (1919).pdf/143

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
141
 

Había visto delante de la fosa al Gran Angel de los samaritanos, todo cubierto de ojos. y blandiendo una inmensa espada, roja, dentellada como la llama.

Dos soldados que le acompañaron podían atestiguarlo.

Los soldados nada habían visto, salvo a un capitán judío que quiso arrojarse sobre ellos, y que ya no existía.

El furor de Herodías se derramó en un torrente de injurias populacheras y sangrientas. Se rompió las uñas en el enrejado de la tribuna, y los dos leones esculpidos parecían morder sus hombros y rugir como ella.

Antipas la imitó; sacerdotes, soldados, fariseos, todos reclamaban una venganza, y los demás parecían indignados de que se les retrasase un deleite.

Mannaei salió cubriéndose la cabeza.

Los convidados encontraron más largo todavía el tiempo que la primera vez. Se aburrían.

De pronto retumbó ruido de pasos por los corredores. El malestar llegaba a ser intolerable.

La cabeza llegó, y Mannaei la traía de los cabellos, al extremo de su brazo, orgulloso de los aplausos.

Cuando la hubo puesto sobre un plato, se la ofreció a Salomé.

Subió ella, ligera, a la tribuna. Muchos minutos después la cabeza fué traída por aquella vieja que el Tetrarca había divisado por la mañana by 124 izen by