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la ahogaba un sollozo muy grande; abrazó a su madre, que la hesaba en la frente, repitiendo:

"Vamos! ¡Animo! ¡Animo!" Levantaron el estribo, y partió el carruaje.

Entonces tuvo la señora Aubain un desfallecimiento, y por la noche, todos sus amigos, el matrimonio Lormeau, la señora Lechaptois, aquellas señoritas Rochefenille, el señor Houppeville y Bourais se presentaron para consolarla.

La falta de su hija le fué al principio muy dolorosa. Pero recibía carta tres veces por semana; los otros días escribía ella; paseaba por su jardín, leía un poco y de este modo llenaba el vacío de sus horas.

Ya, por costumbre, Felicidad entraba en el cuarto de Virginia, por las mañanas, y miraba las paredes. La ponía de mal humor no tener que peinarla, ni atarle sus botines, ni sentarse a la cabecera de su lecho, y no ver ya de continuo su figura gentil, no llevarla ya de la mano cuando salían juntas. Por no estar ociosa trató de hacer encaje; pero sus dedos, demasiado torpes, rompían los hilos; no servía para nada, había perdido el sueño; según su frase, estaba "consumida".

Por "distraerse", pidió permiso para que fuera a verla su sobrino Víctor.

Llegó el domingo después de misa, las mejillas rosadas, el pecho desnudo y trascendiendo al aroma del campo que acababa de atravesar.

En seguida le puso su cubierto. Almorzaron uno frente a otro, y comiendo ella lo menos posible De drew