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tos y frío en el corazón. Sentada en un banco, cerca de la señora, estaba contándola todas sus pesquisas cuando sintió que la caía sobre el hombro un suave peso. ¡Lulú! ¿Qué demonio había hecho? ¡De seguro había estado paseándose por los alrededores!

Tardó mucho en reponerse; mejor dicho, no se repuso nunca.

A consecuencia de un resfriado, padeció de anginas; poco tiempo después, un mal de oídos. Tres años más tarde se quedó sorda, y hablaba muy alto, hasta en la iglesia. Aunque sus pecados hubieran podido divulgarse por todos los rincones de la diócesis sin deshonor para ella ni inconveniente para el mundo, el señor cura juzgó oportuno no recibir ya su confesión más que en la sacristía.

43 Zumbidos ilusorios acababan de aturdirla. A menudo la decía su ama:

Dios mío, qué tonta es usted!

Y ella contestaba:

—Sí, seflora.

Y se ponía a buscar cualquier cosa a su alrededor.

El estrecho círculo de sus ideas iba reduciéndose cada vez más, y el son de las campanas, el mugir de los bueyes ya no existían. Todos los seres funcionaban con silencio de fantasmas. Sólo un ruido llegaba ya hasta sus oídos: la voz del papagayo.

Como para distraerla, reproducía el tic—tac de rew De ce w