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de los pajes. Al otro lado estaban la perrera, las cuadras, la panadería, el lagar y las trojes. El césped de una verde pradera se extendía todo alrededor, y acababa cerrándose con fuerte vallado de espinos.

Tanto tiempo llevaban viviendo en paz, que el rastrillo no se bajaba; los fosos estaban llenos de agua, las golondrinas anidaban en las grietas de las almenas, y el arquero, que se paseaba todo el día sobre la cortina, cuando el sol brillaba con demasiada fuerza, penetraba en su atalaya y se dormía como un fraile.

Dentro, los hierros relucían por todas partes; en las estancias, grandes tapices protegían contra el frío; los armarios rebosaban de ropa; toneles de vino apilábanse en las bodegas; los cofres de encina rechinaban bajo el peso de las talegas de plata.

En la sala de armas, entre los estandartes y las pieles de bestias feroces, dormían armas de todos los tiempos y todas las naciones, desde las hondas de los amalecitas y las jabalinas de los saramantes, hasta los alfanjes sarracenos y la cota de malla normanda.

En el asador grande de la cocina podían asar un toro; la capilla era suntuosa como el oratorio de un rey. Hasta tenían en lugar apartado una estufa a la romana; pero el señor se privaba del baño considerando que era un uso de idólatras.

Siempre envuelto en una pelliza de zorro, paDe dere