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féizar de una ventana, acordábase de sus cacerías de antaño, y hubiera querido correr por el desierto tras las gacelas y los avestruces, atravesar bosques Ilenos de rinocerontes, estar oculto entre los bambúes al acecho de los leopardos, subir a la cumbre de los montes más inaccesibles para apuntar mejor a las águilas y escalar los témpanos de los mares para luchar con los osos blancos.

Algunas veces se veía en sueños, como nuestro padre Adán en el Paraíso, entre todos los animales; sólo con extender los brazos les hacía morir, o bien desfilaban de dos en dos, por orden de tamaño, desde los elefantes y los leones hasta los armiños y los ánades, como el día que entraron en el arca de Noé. A la sombra de una caverna iba asestando sobre ellos saetas infalibles; otros llegaban, aquello no tenía término, y se despertaba girando hacia todas partes los ojos feroces.

Varios príncipes, amigos suyos, le invitaron a cazar. Se negó siempre, creyendo conjurar su desgracia por esa especie de penitencia; porque le parecía que de la vida de los animales dependía la de sus padres, pero sufría de no verlos, y esta otra ansia llegaba a serle insoportable.

Para distraerle, su mujer mandó venir juglares y danzarinas. Se paseaba con él, en litera abierta, por los campos; otras veces, tendido en la borda de una chalupa, veían a los peces vagabundear en el agua, tan clara como el cielo. A menudo le tiraba flores al rostro; acurrucada á sus pies, tocaba diestramente su mandolina de tres cuerDe lere o