Este, éste es el marqués, éste es el verdadero marqués de Lumbria; éste es el mayorazgo. Este es el que yo tuve de Tristán, de este mismo Tristán que ahora se esconde y llora, cuando él acababa de casarse con mi hermana, al mes de haberse ellos casado. Mi padre, el excelentísimo señor marqués de Lumbría, me sacrificó a sus principios, y acaso también mi hermana estaba comprometida como yo...
—¡Carolina!—gimió el marido.
—Cállate, hombre, que hoy hay que revelarlo todo.
Tu hijo,vuestro hijo, ha arrancado sangre, jsangre azu!!
no, sino roja, y muy roja, de nuestro hijo, de mi hijo, del marqués...
—¡Qué ruido, por Diosl—se quejó la señora, acurrucándose en una butaca de un rincón.
—Y ahora—prosiguió Carolina dirigiéndose a los criados, id y propalad el caso por toda la ciudad; decid en las plazuelas y en los patios y en las fuentes lo que me habéis oído; que lo sepan todos, que conozcan todos la mancha del escudo.
—Pero si toda la ciudad lo sabía ya...susurró Mariana.
¿Cómo?—gritó Carolina.
—Sí, señorita, sí; lo decían todos...
—Y para guardar un secreto que lo era a voces, para ocultar un enigma que no lo era para nadie, para cubrir unas apariencias falsas, ¿hemos vivido así, Tris-