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Nada menos que todo un hombre

su parte, aunque seguro de la fidelidad de su mujer, o mejor de que a él, a Alejandro—¡nada menos que todo un hombrel—, no podía faltarle su mujer—la suya!diciéndose: «A esta pobre mujer le está trastornando la vida de la corte y la lectura de novelas», decidió llevarla al campo. Y se fueron a una de sus dehesas.

—Una temporadita de campo te vendrá muy bien—le dijo—. Eso templa los nervios. Por supuesto, si es que piensas aburrirte sin tu michino, puedes invitarleal condezuelo ese a que nos acompañe. Porque ya sabes que yo no tengo celos, y estoy seguro de ti, de mi mujer.

Allí, en el campo, las cavilaciones de la pobre Julia se exacerbaron. Aburríase grandemente. Su marido no la dejaba leer.

—Te he traźdo para eso, para apartarte de los libros y cortar de raíz tu neurastenia, antes de que se vuelvacosa peor.

—Mi neurastenia?

—¡Pues claro! Todo lo tuyo no es más que eso. La culpa de todo ello la tienen los libros.

—¡Pues no volveré a leer más!

—No, yo no exijo tanto... Yo no te exijo nada. ¿Soy acaso algún tirano yo? Te he exigido nunca nada?

— No. ¡Ni siquiera exiges que te quieral —Naturalmente, como que eso no se puede exigirl Y, además, como sé que me quieres y no puedes que-