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Miguel de Unamuno

—¡Calla, hijo mío, callal ¿Me perdonas lo que voy a hacer? ¿Me perdonas?

El niño callaba, mirando despavorido al padre, que buscaba en sus ojos, en su boca, en su pelo, los ojos, la boca, el pelo de Julia.

—¡Perdóname,, hijo mío, perdóname!

Se encerró un rato a arreglar su última voluntad Luego se encerró de nuevo con su mujer, con lo que fué su mujer.

—Mi sangre por la tuya—le dijo, como si le oyera, Alejandro—. La muerte te llevó. Voy a buscarte!

Creyó un momento ver sonreír a su mujer y que movia los ojos. Empezó a besarla frenéticamente por si asi la resucitaba, a llamarla, a decirle ternezas terribles al oído. Estaba fría.

Cuando más tarde tuvieron que forzar la puerta de la alcoba mortuoria, encontráronle abrazado a su mujer y blanco del frío último, desangrado y ensangrentado.


Salamanca, abril de 1916.


FIN