Página:Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920).pdf/74

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
70
Miguel de Unamuno

DON PEDRO. Bástele, pues, a cada cual su conciencia.

Y miró don Pedro a su mujer como quien ha dicho una cosa profunda que le realza a los ojos de la que mejor le debe conocer.

Y más grande fué la sorpresa—que se le elevó a tetror del pobre Juan—cuando oyó que al proponerle todo aquello, to del nombre y lo del madrinazgo, a la madre de la niña, a Berta, ésta contestó tristemente:

«¡Sea como queráis!» Verdad es que la pobre, a consecuencia de grandes pérdidas de sangre, estaba como transportada a un mundo de ensueño, con incesante zumbido de cabeza y viéndolo todo como envuelto en niebla.

Al poco, Raquel, la madrina, se instalaba casi en la casa y empezaba a disponerlo todo. La vió la nueva madre acercársele y la vió como a un fantasma del otro mundo. Brillábanle los ojos a la viuda con un nuevo fulgor. Se arrimó a la recién parida y le dió un beso, que aunque casi silencioso llenó con su rumor toda la estancia. Berta sentia agonizar en sueños un sueño de agonía. Y oyó la voz de la viuda, firme y segura, como de ama, que decía:

"d RAQUEL Y ahora, Berta, hay que buscar nodriza.

Porque no me parece que en el estado en que se queda sea prudente querer criar a la niña. Correrían peligro las dos vidas...