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del centro de París. Hay que reconocer que la sa- lud y la virtud corren grave riesgo con tal género de vida.
¿Y por qué las cosas ocurren de este modo? En general, sólo porque á tal ó cual cliente se le an- toja aguardar á última hora para hacer sus encar- gos; pero á veces es también por puro capricho, como el caso de una de esas señoras del gran mundo que señalaba para su hora de prueba la de salida de la Opera, obligando así á velar á varias obreras hasta la una ó las dos de la maña- na. Y es que las patronas, aunque también sean culpables de estos abusos, se ven muchas veces obligadas á someterse á la voluntad de la cliente- la. He ahí por qué asociaciones del género de las de la Liga social de compradores, de que más adelante hablaremos, pueden contribuir mucho á mejorar la condición de las obreras.
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Acabamos de ver el mal. Examinemos ahora los remedios parciales que con respecto al Sin- dicato de la aguja pueden oponerse al mismo.
Para los casos de extrema miseria, que llegan á ser muchos durante el período de vacación ó paro forzoso, se ha creado la Caja de présta- mos sin interés, que ha realizado los mejores ser- vicios, pues ha salvado la vida y el honor de más de una joven obrera. Los préstamos que esta caja hace son reembolsados por estas honradas y animosas jóvenes cuando llega la temporada de trabajo, por fracciones mensuales de cinco á diez francos.
Pero como quiera que proporcionar trabajo al que carece de él es mejor y más meritorio toda- vía que prestarle dinero, se ha organizado al