XIV
Mariano Rosas y su gente.—¡Qué valiente animal es el caballo!
—Un parlamento de noche.—Respeto por los ancianos.—Reflexiones.—La humanidad es buena.—Si así no fuese estaría perturbado el equilibrio social.—El arrepentimiento es infalible —Lo dejo á mi compadre Baigorrlta y me retiro.—Un recién llegado.—Chañilao —Su retrato.
Mariano Rosas y su gente estaban acampados en una colina escarpada; trepábamos dificultosamente á la cima, los caballos se hundían hasta los ijares en la esponjosa arena; cada paso les costaba un triunfo, caían y se enderezaban; temblaban, se esforzaban ardorosos y volvían á caer; la espuela y el rebenque los empujaba, por decirlo así; endurecían los miembros, recogían las patas delanteras, y sacándolas al mismo tiempo, se arrastraban, y desencajaban poco á poco las traseras; sudaban, jadeaban, se paraban, resollaban y subían¡ á veces teníamos que apearnos, que tirarlos de la rienda y animarlos, accionando con los brazos, gritando ¡ aaaah!
¡Qué potente y valiente animal es el caballo!
Llegamos á la cumbre de la colina.
Bajo dos coposos algarrobos, había sentado sus reales el Cacique general de las tribus ranquelinas.
Parlamentaba solemnemente con los capitanejos é