Sus preguntas, sus exclamaciones, su aire sombrío, acabaron de convencerme de que Manuel Alfons, no había venido á mi fogón á hablar de la paz y de Calfucurá sin objeto.
¿Qué podía haber?
En vísperas de una gran junta, cualquier mala disposición era alarmante.
—¿Hay alguna cosa, compadre?—le hice preguntar á Baigorrita con San Martín.
—Sí, compadre—me contestó él mismo.
Habló con San Martín y en seguida me dijo éste :
Que Mariano Rosas le había contado muchas cosas de mí; que estando acampado en Calcumuleu los había tratado muy mal á los indios; que á él le había mandado decir una porción de desvergüenzas; y que yo era muy altanero.
Le referí todo lo que había sucedido y su respuesta fué por boca de San Martín :
—Alguna intriga, compadre, porque nos ven de amigos.
Comprendí todo.
Durante mi permanencia en Quenque, me habían hecho la cama en Leubucó.
Mi compadre acabó de cenar, él y yo éramos los únicos que quedaban al lado del fogón; los demás se habían recogido.
—Vamos á dormir, compadre—le dije.
—Bueno—me contestó.
Llamé á Carmen.
Me enseñó mi cama. Estaba al pie de un hermoso calden.
Me sentaba en ella, cuando una china se apeó allí cerca del caballo, y viniendo á mí me dijo con aire misterioso :
—Tengo que hablarle.