quedará justificado cuanto ha escrito en las cartas que mi hermano me ha hecho leer.
Ayala lo miró á Mariano Rosas como diciéndole:
Resuelva usted.
Viendo que vacilaba en contestar, me levanté, y estirándole la mano, le dije:
—Hermano, ya me voy.
—Aguardese un momento—me contestó, y dirigiéndose á Ayala, le dijo:
—¿Y qué hacemos?
—¡Adiós! ¡ adiós! hermano, ya me voy, volví á decirle.
—Que se lo lleve contestó Ayala.
—Bueno, hermano—dijo Mariano Rosas, y se puso de pie, me estrechó la mano y me abrazó reiterando sus seguridades de amistad.
Salí del toldo.
Mi gente estaba pronta, Macías perplejo, fluctuando entre la esperanza y la desesperación.
—¡Ensillen !—grité.
Y...— —me preguntó Macías,—brillando sus ojos con esa expresión lánguida que destellan, cuando el convencimiento le dice al prisionero: ¡Todo es en vano! y el instinto de la libertad: ¡Todavía puede ser, valor!
Me acordé del salmo de Fray Luis de León Confitemini Domino, y le contesté :
<Cantemos juntamente, cuán bueno es Dios con todos, cuán clemente.
Canten los libertados, los que libró el Señor del poderio del áspero enemigo...> —¿De veras?—me preguntó enternecido.
—De veras—le contesté, y diciéndole en voz baja,