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lo á Baigorrita en la junta que se celebraría á los cuatro días, me incomodase en ir hasta sus tolderías.

La idea de una intriga para hacerlo reñir con su aliado trabajaba su imaginación.

Por eso iba Camargo conmigo, con la orden terminante de asistir á todos mis parlamentos y entrevistas y el encargo de no separarse un momento de mi lado por nada ni para nada.

Debía ser mi sombra.

Mi excursión á Quenque, tenía sin embargo, la explicación más plausible. Baigorrita me había convidado hacía algunos meses para que nos hiciéramos compadres. Iba, pues, con los franciscanos á bautizar mi futuro ahijado, y, al mismo tiempo, á conocer más el desierto, penetrando hasta donde es muy raro hallar quien haya llegado en las condiciones mías, es decir, en cumplimiento de un deber militar.

Verdad es que las desconfianzas de Mariano tenían también su razón de ser. No una vez, sino varias, diferentes administraciones, por medio de sus agentes fronterizos, han intentado sembrar la discordia entre él y Baigorrita, entre estos dos y el cacique Ramón.

El ejemplo y el recuerdo de lo que sucedió con la tribu de Coliqueo no se borra de la memoria de los indios.

La tribu de éste formaba parte de la Confederación de que antes he hablado; cuando los sucesos de Cepeda, combatió contra las armas de Buenos Aires, y cuando Pavón hizo al revés, combatió contra las armas de Urquiza.

Coliqueo es para ellos el tipo más acabado de la perfidia y de la mala fe. Mariano Rosas me decía en una de nuestras conversaciones: «Dios no lo ha de ayudar nunca, porque traicionó á sus hermanos. » Efectivamente, Coliqueo no solamente se alzó con