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VII

Qué es la vida.—Reflexiones.—Los perros de los indios — Recuerdos que deben tener de mi magnificencia.—Un intérprete.

Cambio de razones. —Sans façon.—Yapai y yapai.—Detalles.

En Santiago y Córdoba los pobres hacen lo mismo que los indios.—Fingimiento.—Otra vez la cara patibularia.—Averiguaciones.—Una navaja de barba mal empleada.

La vida se pasa sin sentir.

Como dice la sentencia árabe, no es más que el ca mino de la muerte.

Cuando menos lo esperamos, nos sorprende el invierno y recién como la cigarra improvisora, nos apercibimos de que hemos pasado el verano cantando, sin pensar en nada.

Nuestros cabellos, con los que jugueteaba ebúrnea y afilada mano se han puesto canos. Nadie los toca ya.

Nuestros ojos han perdido su brillo magnético. Nadie los mira.

Nuestra tez tersa y sonrosada, se ha vuelto amarillento y seco pergamino. Nadie repara en ella.

En el corazón apenas arde una llama moribunda semejante al pálido resplandor de una lámpara sepulcral. Pero ¡ay! ¿Quién se inflama en el tibio calor suyo?

De esperanza en esperanza, de ilusión en ilusión, de