névolas reflexiones, y por último, dándome una muestra de cariño, me dijo: «Bien, coronel; pero cuando usted se vaya, no me deje á mí, usted sabe que soy misionero.»
Yo he cumplido mi promesa y él su palabra.
Los preparativos para la marcha se hicieron en el fuerte Sarmiento, donde á la sazón se hallaba una Comisión de indios presidida por Achauentrú, diplomático de monta entre los ranqueles, y cuyos servicios me han sido relatados por él mismo.
Ya calcularás que los preparativos debían reducirse á muy poca cosa. En las correrías por la Pampa lo esencial son los caballos. Yendo uno bien montado, se tiene todo; porque jamás faltan bichos que bolear, avestruces, gamas, guanacos, liebres, gatos monteses, ó peludos, ó mulitas, ó piches, ó matacos que cazar.
Eso es tener todo, andando por los campos; tener qué comer.
A pesar de esto yo hice preparativos más formales. Tuve que arreglar dos cargas de regalos y otra de charqui riquísimo, azúcar, sal, yerba y café. Si alguien llevó otras golosinas debió comérselas en la primera jornada, porque no se vieron.
Los demás aprestos consistieron en arreglar debidamente las monturas y arreos de todos los que debían acompañarme para que á nadie le faltara maneador, bozal con cabestro, manea y demás útiles indispensables, y en preparar los caballos, componiéndoles los vasos con la mayor prolijidad.
Cuando yo me dispongo á una correría sólo una cosa me preocupa grandemente: los caballos.
De lo demás, se ocupa el que quiere de los acompañantes.
Por supuesto, que un par de buenos rifles no han de faltarle á ninguno que quiera tener paz conmigo. Y