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—¡Pobre Miguelito !—exclamé interiormente, admirando aquella ingenuidad infantil en un hombre cuyo brazo había estado resuelto, por simpatía hacia mí, á darle una puñalada al tremendo y temido Epumer.
—¡Pobre Miguelito !—exclamé interiormente, admirando aquella ingenuidad infantil en un hombre cuyo brazo había estado resuelto, por simpatía hacia mí, á darle una puñalada al tremendo y temido Epumer.