mado Angelito, sin tener nada de tal. Positivamente los nombres no son el hombre.
Después de hablar Achauentrú conmigo fuese á conversar con el padre Marcos y su compañero fray Moisés Alvarez, joven franciscano, natural de Córdoba, lleno de bellas prendas, que respeto por su carácter y quiero por su buen corazón.
Al rato vinieron todos muy alarmados, diciéndome que los indios todos, lo mismo que los lenguaraces, conceptuaban mi expedición muy atrevida, erizada de inconvenientes y de peligros, y que lo que más atormentaba su imaginación era lo que sería de ellos si por alguna casualidad me trataban mal en Tierra Adentro ó no me dejaban salir.
Híceles decir —porque quedaban en rehenes— que no tuvieran cuidado, que si los indios me trataban mal, ellos no serían maltratados; que si me mataban, ellos no serían sacrificados; que sólo en el caso de que no me dejasen volver, ellos no regresarían tampoco á su tierra, quedando en cambio mío, de mis oficiales y soldados. Ellos eran unos ocho, me parece, y los que íbamos á internarnos diecinueve.
Y les pedí encarecidamente á los padres, les hicieran comprender que aquellas ideas eran justas y morales.
Tranquilizáronse; después de muchos meses de estar en negocios conmigo, no habiéndolos engañado jamás ni tratado con disimulo, sino así tal cual Dios me ha hecho: bien unas veces, mal otras, porque mi humor depende de mi estómago y de mis digestiones, habían adquirido una confianza plena en mi palabra.
¡Cuántas veces no llegaron á mis oídos en el Río 4.° estas palabras proferidas por los indios en sus conversaciones de pulpería: «Ese coronel Mansilla, bueno, no mintiendo, engañando nunca pobre indio.»