más. Entraron, rompieron la puerta del cuarto en que yo estaba y me sacaron.
Cuando estuve libre mi padre me dijo: «Dame un abrazo hijo, yo no te he querido ver porque me daba vergüenza verte preso por mi mala cabeza, y porque no fueran á sospechar alguna cosa ».
Casi me hizo llorar de gusto el viejo; le habían salido pelos blancos, y no era hombre grande, todavía era joven.
Esa noche el Morro fué un barullo, no se oyeron más que tiros, gritos y repiques de campana.
Murieron algunos.
Yo lo anduve acompañando á mi padre y evité algunas desgracias porque no soy matador. Querían saquear la casa de la Dolores, con achaque de que era salvaje, yo no lo permití, primero me hago matar.
Por la mañana vino una gente del Gobierno y tuvimos que hacernos humo. Unos tomaron para la Sierra de San Luis, otros para la de Córdoba. Mi padre, como había sido tropero, enderezó para el Rosario.
Yo, por tomar un camino tomé otro,— galopé todo el santo día, y cuando acordé me encontré con una partida. Disparé, me corrieron, yo llevaba un pingo como la luz, ¡qué me habían de alcanzar! Fuí á sujetar cerca del Río 5.º, por esos lados de Santo Tomé. Entonces no había puesto usted fuerzas allí, mi Coronel; me topé con unos indios, me junté con ellos, me vine para acá, y acá me he quedado, hasta que Dios, ó usted, me saquen de aquí, mi Corel.
—¿Y tu padre, qué suerte ha tenido, lo sabes ?—le pregunté.
—Murió del cólera—me contestó con amargura, exclamando :—¡ pobre viejo! ¡era tan chupador!
con esto termina la historia real de Miguelito,