Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/311

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Epumer me entendió mal y se creyó ofendido.

De ahí su rapto de furia.

La noche batía sus pardas alas; los indios ebrios roncaban, vomitaban, se revolvían por el suelo, hechos un montón, apoyando éste sus sucios pies en la boca de aquél; el uno su panza sobre la cara del otro.

— Varias chinas y cautivas trajeron cueros de carnero y les hicieron cabeceras, poniéndolos en posturas cómodas.

Otros se quedaron murmurando con indescriptible é inefable fruición báquica.

Mariano Rosas me hizo decir con su hombre de confianza, que si quería darle el resto de aguardiente que le había reservado.

—De mil amores—contesté; y aprovechando la coyuntura que se me presentaba de abandonar el campo de mis proezas, salí de la enramada y me dirigí al ranchito en que se habían alojado mis oficiales.

Entregué el aguardiente.

Me tendí cansado, como si hubiera subido con un quintal en las espaldas á la cumbre del Vesubio.

¿En qué me tendí?

Sobre un cuero de potro; era el colchón de una mala cama improvisada con palos desiguales y nudosos.

El sueño no tardó en llevarme al mundo de la tranquilidad pasajera.

Gozaba, cuando una serenata me despertó.

Era un negro, tocador de acordeón, una especie de Orfeo de la pampa.

Tuve que resignarme á mi estrella, que levantarme y escuchar un cielito cantado en honor mío.

¡Qué mal rato me dió el tal negro después !