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sante de tantos malos ratos y dolores de cabeza. Confieso que no me pareció tan fea.
Me saludó con política y me habló con cariño.
Pidió aguardiente, y Mariano le dijo en su lengua, que no era hora de beber.
Sentóse y tomó parte en la conversación.
Una cara, que yo no había visto desde que llegamos, cuya aparición por allí debía preocuparme, se mostró por una rendija del toldo y con disimulo me hizo una seña significativa.
Fingí un pretexto. Se lo comuniqué á mi huésped y le pedí permiso para retirarme, y me retiré diciéndome á mí mismo, lleno de curiosidad: ¿qué habrá ?