XXXVII
El fogón al amanecer.—Quién era Rufino Pereira.—Su vida y compromisos conmigo.—Cómo consiguen los indios que los caballos de los cristianos adquieran más vigor.
Dormí muy bien sin que nadie ni nada me interrumpiera.
El hombre se aviene á todo.
Mi cama desigual y dura, me pareció de plumas.
Si no me hubieran faltado algunas cobijas, podría decir que pasé una noche deliciosa.
Me levanté con el lucero del alba, gritando:
—¡Fuego! ¡ fuego!
En un abrir y cerrar de ojos hice mi toilette, á la luz de un candil.
Salí del rancho.
El fogón ardía ya y el agua hervía en la caldera.
Me puse á matear, divirtiéndome en escuchar los dicharachos y los cuentos de los soldados.
Cada uno tenía una anécdota que referir.
A todos les había pasado algo con los indios.
El uno había tenido que dar hasta los cigarros; el otro las botas; éste el poncho; aquél la camisa.
Sólo un mendocino, muy agarrado, había tenido el talento de hacerse sordo y mudo. Los perdigüeños no habían podido con él.