bre tablas entramos á averiguar cuánto tiempo hacía que estaba ebrio cuando habló conmigo. Llamé al capitán de granaderos, le hicimos varias preguntas y de ellas resultó exactamente lo que me acababa de decir Garmendia: que Gómez había tomado para atreverse á llegar hasta mí.
Empezando por el sargento primero de su compañía y acabando por el capitán, á todos los que debía les había pedido la venia para hablar conmigo estando en perfecto estado; de lo contrario, no se la habrían concedido.
Al otro día de este incidente, Gómez estaba ya bueno de la cabeza. Iba á llamarlo, mas entraba de guardia, según vi al formar la parada y no quise hacerlo.
Terminado su servicio, le llamé, y recordándole que tres días antes me había pedido una licencia, le pregunté si ya no la quería. Su contestación fue callarse y ponerse rojo de vergüenza.
-¿Por cuántos días quiere usted licencia, cabo?
-Por dos días, mi comandante.
-Está bien; vaya usted, y pasado mañana, al toque de asamblea, está usted aquí.
-Está bien, mi comandante.
Y esto diciendo, saludó respetuosamente, y más tarde se puso en marcha para Itapirú, y á los dos días, cuando tocaban asamblea, la alegre asamblea, el cabo Gómez entraba en el reducto, de regreso de visitar á su hermana, bastante picado de aguardiente, cargado de tortas, queso y cigarros que no tardó en repartir con sus hermanos de armas.
Yo también tuve mi parte, tocándome un excelente queso de Goya, que me mandaba su hermana, á quien no conocía.