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Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I (1909).djvu/48

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Y ebrio con el olor de la pólvora y de la sangre, hacía fuego y cargaba su fusil con la rapidez del rayo, como si estuviese ileso.

Aquel hombre era bravo y sereno como un león.

Ordené á algunos heridos leves que se retiraban que le sacaran de allí, y seguí para la izquierda.

El asalto se prolongaba...

Yendo yo con una orden, recibí un casco de metralla en un hombro, y no volví al fuego de la trinchera.

Pocos minutos después, el ejército se retiraba salpicado con la sangre de sus héroes, pero cubierto de gloria.

Para pasar el parte, fue menester averiguar la suerte que le había cabido á cada uno de los compañeros.

Esta ceremonia militar es una de las más tristes.

Es una revista en la que los vivos contestan por los muertos, los sanos por los heridos.

¿Quién no ha sentido oprimirse su pecho después de un combate, durante ese acto solemne?


-¡Juan Paredes!

-¡Presente!...

-¡Pedro Torres!

-¡Herido!...

-¡Luis Corro!

-¡Muerto!...

¡Ah! ese "¡muerto!" hace un efecto que es necesario sentirlo para comprender toda su amargura.

Según la revista que se pasó en el 12 de línea por el teniente primero don Juan Pencienati, que fue el oficial más caracterizado que regresó sano y salvo del asalto de Curupaití, y según otras averiguaciones que se tomaron, conforme á la práctica, resultó que el cabo Gómez había muerto y por muerto se le dió.