¡Cuántas veces no pagan justos por pecadores!
Como era natural, la sumaria no tardó en estar lista. En campaña el término es limitadísimo para estos procedimientos.
Fué elevada, y sobre la marcha se ordenó que el cabo Gómez fuera juzgado en Consejo de Guerra ordinario.
El Auditor del Ejército, joven español lleno de corazón y de talento, que sirvió como un bravo, que luchó como un hombre templado á la antigua, contra el cólera dos veces, contra la fiebre intermitente, contra todas las demás plagas del Paraguay, y que ha muerto en el olvido, que así suele pagar la patria la abnegación, era mi particular amigo; yo le había colocado al lado del General Emilio Mitre cuando dejé de ser su secretario militar.
Por él supe lo que contenía la causa de Gómez—que Álvarez, á pesar de su notoria inhabilidad, algo había descubierto, que arrojaba sospechas de que Gómez era el verdadero autor del crimen.
Nombrado el Consejo, y prevenido yo por Mariño, procuré con el mayor empeño hacer atmósfera en pro de mi protegido, viendo á los vocales, conversándoles del suceso y diciéndoles qué clase de hombre era el acusado, sus servicios, su valor heroico y el amor que por esas razones le tenía.
Reunióse el Consejo el día y hora indicados, y Gómez fué llevado ante él, con todas las formalidades y aparato militar, que son imponentes.
La opinión del batallón se había hecho mientras tanto unánime contra Gómez. Sólo había disputas sobre su suerte. Los unos creían que sería fusilado; los otros que no, que sería recargado, porque el General en Jefe, en presencia de sus méritos y servicios, que ya haría constar, le conmutaría la pena, dado el caso que el Consejo le sentenciara á muerte.