boles. Es una linda lagunita circular, de agua excelente y abundante que dura mucho.
Resolví descansar allí hasta las nueve de la noche, y adelantar dos hombres.
El cielo comenzaba á fruncir el ceño, una barra negra se dibujaba en el horizonte hacia el lado del Poniente, el sol brillaba poco.
Íbamos á tener viento ó agua.
Llamé al cabo Guzmán, magnífico tipo criollo, y al indio Angelito, escribí algunas cartas, les di mis instrucciones y los despaché después de asegurarme de que habían entendido bien.
Llevaban encargo especial de llegar á las tolderías del cacique Ramón, que son las primeras y de decirle que pasaría de largo por ellas, no sabiendo si al cacique Mariano le parecería bien que visitase primero á uno de sus subalternos y que al regreso lo haría.
Partieron los chasquis.
Mientras yo tomaba las antedichas disposiciones, otros se ocupaban en hacer un buen fogón, preparándonos para la trasnochada.
Los chasquis no se habían perdido de vista aún, cuando frescas y recias ráfagas de viento comenzaron á augurar la inevitable proximidad de la tormenta.
El cielo se puso negro.
La experiencia nos dijo que debíamos renunciar al fogón y al asado y prepararnos para una noche toledana por no decir pampeana.
El viento arreció, gruesas gotas de agua comenzaron á caer, la noche avanzaba, ó mejor dicho, se anticipaba con rapidez.
Pronto estuvimos envueltos en una completa obscuridad.
Llovía á cántaros, silbaba el viento, eléctricos fulgores resplandecían en el cielo á distancias incon-