Página:Una traducción del Quijote (1).djvu/29

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La Princesa experimentó un movimiento de satisfacción al oir estas palabras: su adorador por lo menos no llevaba un nombre oscuro.

La modista prosiguió:

— Digo que me interesó, señora Princesa, porque no os podeis figurar lo simpático y lo naturalmente elegante que es. Además tiene un gran talento, mucha instrucción, un trato sumamente fino, y para mí, que tengo buen corazón, otra cualidad: la de la pobreza noblemente soportada; porque M. Miguel es tan pobre, ó mejor dicho, se destaca tanto su estado de sus merecimientos, que inspira respetuoso y compasivo cariño. Yo no sé si fue la compasión, ó que habia llegado mi hora; pero lo cierto es que comencé á interesarme más de lo regular por aquel pobre extranjero, que tan lejos de su patria tenía que ganarse la vida á fuerza de trabajo. Hasta que él vino á mi casa, rara vez subia yo al último piso; pero desde entónces di en hacerlo con frecuencia y tuve ocasión de observar la parquedad de alimentos de mis nuevos pupilos y las asíduas ocupaciones á que se entregaba M. Miguel, pues además de dar lecciones de vários idiomas, se ocupa en traducciones para yo no sé qué editor.

Quise entablar relaciones algo más frecuentes con mi huésped, á fin de aliviar en algo su precaria situación; pero él se mantuvo siempre reservado. Intenté valerme de su criado para conocer algo su vida pasada y el motivo de haber venido á Rusia; pero su criado es casi tan inabordable como él, por más que en estos últimos dias se haya espontaneado un poco. Esta conducta y mi creciente interés hacia M. Miguel me tenían desasosegada, hasta que hallé un medio muy sencillo de verle y de tratarle con más frecuencia.


V.

— M. Miguel, como ya os he dicho, es maestro de lenguas. Posee perfectamente varios idiomas, incluso el ruso, que ha aprendido en el poco tiempo que hace que lleva en este país. Yo le rogué que me diese lecciones de italiano, porque ciertamente es fastidioso ir á la ópera y no entender una palabra. El accedió como era natural, y todos los dias me dedicaba una hora, que á mí siempre me parecía un minuto. Con este motivo fué creciendo mi