— Perdonad, señora Princesa, —interrumpió la modista, sintiéndose ofendida en sus ínfulas nobiliarias;— creo que conoceis algunos antecedentes mios.
— Esto no es Francia, querida Madlle. Guené. En Francia se prescinde de ciertas cualidades, cuando las suplen la distinción ó el talento. Ese jóven es un desconocido, y mi padre sólo piensa en enlazarme á un hombre de alta posición social.
— Ninguno vale tanto como Mr. Miguel.
— Es posible. Esa carta ha acabado de dármele á conocer. ¡Ah! Siento haberla oido.
Y nuevas lágrimas corrierron por las mejillas de María.
La modista iba á hablar; pero el ruido de un portier que se abria y la presencia del aya de la Princesa puso fin al diálogo de ambas jóvenes.
La Princesa se llevó el pañuelo á los ojos para enjugarse las lágrimas.
Afortunadamente el aya era muy corta de vista.
(Se continuará.)