Página:Una traducción del Quijote (2).djvu/10

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dejando á su hija ya más tranquila, condujo á Madlle. Guené á un aposento cercano.

— Lo sé todo, —dijo el Príncipe, ofreciendo un asiento á la modista.— Acabo de hablar con mi hija.

—Supongo, señor Príncipe, que os referireis á M. Miguel.

— Sin duda. ¿Qué le ha sucedido?

— ¡Oh! que empezaba á helarse,

— ¿A helarse?

— ¡Ah! sí señor; y á no haber sido por un trabajador de la fábrica, que conoció los síntomas, á estas horas estaria muerto.

— Pero ¿cómo le habeis dejado?

— Ya enteramente bien. Apénas le hicimos entrar en calor, desde la fábrica, en donde le proporcionaron los primeros auxilios, me le llevé á casa en mi coche, y allí le dejo al lado de un buen fuego, porque no ha consentido en meterse en cama.

— Madlle, es preciso que busquemos un medio de animar á mi hija: su estado me inquieta.

— Yo, señor, tendré una satisfacción en contribuir á ello, tanto por la señora Princesa, cuanto por ese jóven, digno de mejor suerte.

— Pensemos pues, Madlle. Segun parece, hemos dado con dos caracteres á cual más vidriosos y excéntricos...

La conversación del Príncipe y de la modista duró mucho tiempo, y el lector comprenderá el resultado de ella por los sucesos subsiguientes.


VI

Aquella misma noche Madlle. Guené subió á la habitación de Miguel, al cual halló junto á la chimenea, en el mismo sitio en donde le habia dejado.

Damian, el viejo criado, asustado aún á consecuencia del accidente acaecido á su amo, cuidaba de alimentar el fuego.

A una seña de la modista salió de la estancia.

Madlle. Guené se sentó frente á Miguel.

— ¿Os sentís bien? — le preguntó.

— Muy bien, Madlle.; gracias.

Hubo un momento de silencio.

— Vengo del palacio de Lucko, —dijo la modista.

— ¡Ah! — exclamó Miguel.

— La Princesa está algo indispuesta.