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Página:Una traducción del Quijote (3).djvu/13

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fingió creer, ó tal vez creyó, en aquella felicidad, y su pasion le hizo prorumpir en mil amorosas palabras, en las que se desbordó su corazon. Al lado del cuerpo inanimado de una persona amada, el amor y la palabra son más impetuosos, y quizá por esta misma causa, el desdichado amante, que presentia la muerte de su amor juntamente con la suya, nunca estuvo más tierno ni más elocuente. Hasta la misma necesidad de hablar bajo, para no ser oido por el aya Katti, que estaba presente como de costumbre, daba más fuerza á sus amorosas frases.

La Princesa le oia embebecida, y tomando aquel ímpetu febril por alegre animación, le dijo mirándole con ternura:

— Muy bien, señor profesor, así me gusta veros, y para recompensaros tal vez os otorgue un dón, como las antiguas damas á sus paladines.

— ¿Cual? —preguntó Miguel con amoroso interés.

— Mira, —repuso María abriendo la cartera donde guardaba, sus escritos en ingles.

El jóven miró. Habia allí un retrato al daguerreotipo, y este retrato era el de la Princesa.

Miguel le tomó con ávida y temblorosa mano, mientras que María, teniendo levantada una de las hojas de la cartera, ponia esta doble barrera entre ellos y el aya.

¡Oh! adorables sutilezas del amor, el que no os haya puesto en juego, sólo ha vivido á medias.


VIII.

Cuando Miguel volvió á su casa, gozoso por poseer el retrato de la Princesa, y diciendo para sí: «al menos la veré hasta el último momento de mi vida,» se halló con una novedad que le llenó de asombro.

Un ugier de la casa imperial había traido un pliego en que decia:

«M. Miguel Laso de Castilla, se servirá presentarse mañana jueves, á las dos de la tarde, en el palacio Imperial, en donde será recibido por S. M. el Emperador.»

Pasado el primer momento de sorpresa, Miguel se dio á pensar en la causa que podia motivar aquella extraña misiva, y no