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Página:Una traducción del Quijote (3).djvu/21

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memoria de uno de los mayores genios que han producido los siglos, y honrarse á sí propio?

— ¡Señor! —exclamó Miguel conmovido ante aquella grandeza soberana.— Sólo puedo contestaros cayendo á los pies de V. M.

Y húmedos sus ojos con llanto de gratitud, llevó á sus labios la mano que el Emperador le tendia.



XII.

Madlle. Guené estuvo admirable en la confección del tarje de boda de la Princesa María Lucko.


EPILOGO.

Estaban sentados en un sitio extremo del Paseo de las Islas.

Mediaba el mes de Junio, reinaba por fin la tardía Primavera del Norte, y la atmósfera iba adquiriendo una pureza sobrenatural.

Desde aquel sitio los felices esposos abarcaban con sus miradas un espacio inmenso, absorbiendo al mismo tiempo los eflúvios de la brisa marina, que llegaba hasta ellos, resbalando sobre el rio.

Veian en el último término del horizonte la línea del cielo, roja con la púrpura de la tarde, confundirse con la línea oscura del mar, y bastante más cerca un inmenso arco de espuma, trazado por la embocadura del Neva, que la puesta del sol hacía aparecer verticalmente sobre las aguas, desde las cuales se elevaban al aire y volvían á descender millares de aves marinas, que revolando en grandes bandadas, trazaban en el espacio círculos vertiginosos.

Oíanse á lo lejos ecos plañideros, repercusiones extrañas, producidos por las nieves árticas, que se desprendían en aludes colosales; y el astro del dia, declinando lentamente, iluminaba aquel panorama asombroso, con efectos de luz inauditos.

Miguel, no acostumbrado á aquel magnífico espectáculo, estaba absorto.

Miró su reló: eran las diez de lo que debía ser noche, y aún el sol no había acabado de descender.

Por fin llegó al extremo del horizonte, y pareció sumergirse en las aguas del mar.